jueves, 23 de mayo de 2013

JESÚS EL MESÍAS - Parte I


Y tuvo un sueño: Vio una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo. Ángeles de Dios subían y descendían por ella.
Génesis 28:12

De cierto de cierto os digo: Desde ahora veréis el cielo abierto y a los ángeles de Dios subiendo y bajando sobre el Hijo del hombre.

Evangelio según San Juan 1:51


INTRODUCCIÓN

El mundo cristiano[i] identifica al Mesías bíblico con la persona de Jesús de Nazaret. Los primeros cristianos al referirse a Jesús empleaban Cristo por considerarle el libertador prometido de Israel. El título de Cristo deriva de la palabra griega Jristós, a su vez una traducción del hebreo Mashíaj (Mesías). Significan el Ungido, el Hijo del Dios Viviente, el Salvador. Más adelante, la Iglesia[ii] lo incorporó a su nombre, quedando como Jesucristo (“Jesús el Mesías”), para designarle como redentor de toda la humanidad.

Con la proclamación del Evangelio[iii], Jesús llegó a ser el personaje más gravitante de la historia secular y religiosa del mundo occidental, al punto que, aparte de constituir el fundamento de todas las variantes del cristianismo y que el calendario actualmente vigente en casi todo el mundo civilizado divida la historia humana en dos grandes periodos: a.C. (antes de Cristo) y d.C. (después de Cristo), su influencia se ha dejado sentir  con gran peso en las artes (arquitectura, música, pintura, literatura, teatro, cine, etc.), en los acontecimientos históricos, en las constituciones políticas de importantes naciones occidentales y en la vida de millones de personas que estuvieron incluso dispuestas a morir por él.

Pero, ¿existió realmente Jesús de Nazaret? Y si así fue, ¿fue el Mesías prefigurado por el ritual judío y anunciado en las profecías de sus escritos sagrados?

Dado lo extenso de este tema y la riqueza de sus múltiples matices históricos, religiosos y filosóficos, en esta primera entrada intentaremos mostrar cómo, actualmente, la existencia histórica de Jesús -y de los evangelios que narran su ministerio- se encuentra apoyada en valiosos documentos de historiadores, creyentes y no creyentes, tanto de su época como de los siglos posteriores, de los cuales citaremos varios, complementando nuestra exposición con los argumentos y conclusiones de eruditos actuales y algunos descubrimientos recientes en el plano arqueológico. En conjunto, espero que sus diferentes enfoques permitan demostrar con solidez la autenticidad histórica buscada.

En una segunda entrada presentaremos una visión sinóptica del ministerio de Jesús, así como los argumentos que fundamentan su anunciada segunda venida a la Tierra, para que el lector tenga una reseña de su obra que permita establecer una base de entendimiento respecto de lo que expondremos en una tercera entrada, en la que se presentarán argumentos sólidos para intentar demostrar que Jesús de Nazaret fue efectivamente el Mesías que profetizaron los escritos sagrados del pueblo de Israel.

Las tres entradas en conjunto, tienen como objetivo central entregar al lector el conocimiento intelectual necesario y suficiente para comprender el punto clave dentro de la tesis expuesta en el libro Fenómalos - La Quinta Esencia y en este blog: “Sólo con la existencia real del Mesías bíblico la historia humana, pasada, presente y futura, tiene sentido, razón… y destino.”

PRIMERA PARTE: REALIDAD HISTÓRICA DE JESÚS

Jesús de Nazaret (6 - 7 a.C. - 30 d. C.). El nombre de Jesús se deriva de la palabra hebrea Joshua, que completa es Yehoshuah (es decir “Yahvé es salvación”).

Durante el Siglo XIX, algunos exégetas bíblicos dudaban de la existencia histórica de Jesús debido a la escasez de material adicional de otras fuentes que no fueran los Evangelios, y por la naturaleza teológica de los relatos bíblicos. En efecto, la tendencia del Nuevo Testamento a proclamar el significado de los acontecimientos sin presentar la versión del narrador sobre los propios hechos, siempre ha dado lugar a la disensión entre quienes se dedican a la investigación histórica.

A pesar de ello, los que han negado la existencia histórica de Jesús han sido muy pocos: Dupuis, Bauer, Couchoud, Drews, a los que se les puede añadir como epílogo tardío la historiografía soviética. Pero el problema hoy a nivel científico es implanteable. A este propósito dice Bultmann, la personalidad más prestigiosa (aunque no ciertamente la más optimista) en la cuestión del Jesús histórico: “La impugnación de la existencia de Jesús carece de fundamento y no se merece una palabra de refutación. Es completamente evidente que él está al origen del movimiento histórico, cuyo primer estadio tangible está representado por la comunidad cristiana primitiva palestinense.” Lo corrobora un discípulo suyo (Bornkamm) con estas palabras: “En la antigüedad, ningún adversario del cristianismo, por obstinado que fuera, tuvo la idea de poner en duda la historicidad de Jesús”.

El Dr. Michael Grant de Cambridge ha escrito, “Para resumir, los métodos críticos modernos no soportan la teoría del Cristo-mito.  Una y otra vez ha sido contestado y descartado por eruditos de primera.  En años recientes no hay ningún erudito serio que se atrevería a postular la no historicidad de Jesús.” (Michael Grant, Jesus [London: Rigel, 2004], 200).
Por lo anterior, basándose, además del Nuevo Testamento, en las obras de los escritores cristianos posteriores, en la de varios historiadores romanos y judíos, así como en importantes descubrimientos arqueológicos, los eruditos actuales consideran auténtica la existencia histórica de Jesús de Nazaret.
Existen pues, como veremos a continuación, numerosos documentos y estudios de valor excepcional para probarla:

Fuentes romanas:

Publio Cornelio Tácito, considerado el mayor historiador de Roma y discípulo de Plinio El Viejo, dedicó a Jesús una página en sus Annales (año 115 d.C.), obra que cuenta la historia de Roma desde los siglos 14 al 68 d.C. En uno de los volúmenes que se han conservado (15,44), Tácito describe cómo el emperador Nerón culpa a los cristianos del incendio de Roma ocurrido el año 64 d.C., en momentos que se rumoreaba que el pueblo lo indicaba a él como el autor del siniestro: “Para acallar el rumor, Nerón creó chivos expiatorios y sometió a las torturas más refinadas a aquellos que el vulgo llamaba cristianos, odiados por sus abominables crímenes. Su nombre proviene de Cristo, quien bajo el reinado de Tiberio, fue ejecutado por el procurador Poncio Pilato. Sofocada momentáneamente, la nociva superstición se extendió de nuevo no sólo en Judea, la tierra que originó este mal, sino también en la ciudad de Roma, donde convergen y se cultivan fervorosamente prácticas horrendas y vergonzozas de todas clases y de todas partes del mundo” (Annales, libro XV, 44). Tácito hace una más amplia referencia al cristianismo en un fragmento de sus Historias, en relación con el incendio del templo de Jerusalén el año 70 d.C., preservado por Sulpicio Severo (Crón. II. 30.6.).

Cayo Suetonio, historiador de los césares desde Augusto hasta Domiciano, escritor de los anales de la Casa Imperial, en su obra compuesta entre los años 110 y 120 d.C. alude dos veces a los cristianos: en la primera dice que el emperador Claudio "expulsó de Roma a los judíos en continua agitación a causa de Chrestus [Cristo]” (Vida de Claudio 25,4) y en la segunda escribió; “El castigo ordenado por Nerón recayó sobre los cristianos, una clase de hombres entregados a una superstición nueva y perjudicial” (Vida de los Césares, 26.2)

Plinio el Joven, hacia el 112 d.C., gobernador de Bitinia (Asia Menor), en una carta al emperador Trajano (Epístola 10,96) escribe que los cristianos "tienen por costumbre reunirse un día determinado, al amanecer, para alabar a Cristo a quien consideran su Dios."

Fuentes judías:

Son escasas, debido a la conjura de silencio y de desprestigio que levantaron los judíos hacia a la figura de Jesús, aunque nunca ponen en duda su realidad histórica.

El único autor judío que presenta a Jesús es Flavio Josefo[iv], historiador que escribió hacia el año 93 ó 94, lo que sigue: "Apareció en este tiempo Jesús, un hombre sabio. Fue autor de hechos sorprendentes; maestro de personas que reciben la verdad con placer. Muchos, tanto judíos como griegos, le siguieron. Algunos de nuestros hombres más eminentes le acusaron ante Pilato. Este lo condenó a la cruz. Sin embargo, quienes antes le habían amado, no dejaron de quererlo. Y hasta hoy, la tribu de los cristianos, que le debe este nombre, no ha desaparecido.” (Antigüedades de los Judíos, XVIII, iii, 3).

Aunque algunos expertos han opinado que todo o parte de este texto puede ser un añadido posterior al historiador judío[v], la mayor parte considera auténtico el texto que sigue a continuación, que dataría la muerte de Jacobo, el “hermano” de Jesús, en el año 62 d.C.: “Ananías era un saduceo sin alma. Convocó astutamente al Sanedrín en el momento propicio. El procurador Festo había fallecido. El sucesor, Albino, todavía no había tomado posesión. Hizo que el Sanedrín juzgase al hermano de Jesús, Jacobo y a algunos otros. Los acusó de haber trasgredido la ley y los entregó para que fueran apedreados.” (Antigüedades de los Judíos, XX, ix, 1). [vi]

El Talmud se refiere a Jesús con el título de “Ben Pandera” y “Jesús Ben Pandera” . Muchos eruditos dicen que “pandera” es un juego de palabras, un uso que ridiculiza la palabra griega “parthenos”, que significa “virgen”, llamándole así “hijo de una virgen”. José Klausner, un judío, dice que “el nacimiento ilegítimo de Jesús era una idea corriente entre los judíos…”

Los comentarios en La Baraila son de gran valor histórico: “en la víspera de la Pascua colgaron a Yeshu (de Nazaret) y el heraldo estuvo yendo delante de él durante cuarenta días diciendo que (Yeshu de Nazaret) debía ser apedreado por haber practicado la hechicería y haber engañado y descaminado a Israel. Que todo el que tuviera algo que decir en su defensa acudiera para alegar en su favor. Pero no se encontró a nadie que lo defendiera y lo colgaron en la víspera de la Pascua” (Babilonia Sanhedrín 43a).- “Víspera de la Pascua.”

El Amoa ‘Ulla’ dice: “¿Y suponen ustedes que para (Yeshu de Nazaret) había algún derecho de apelación? Era un seductor, y el Misericordioso había dicho: ‘No lo perdonarás ni lo ocultarás’ Con Yeshu fue diferente, pues estaba próximo a la autoridad civil”. (Ulla fue un discípulo de R. Youchanan y vivió en Palestina a fines del tercer siglo)

Fuentes cristianas:

Al multiplicarse las comunidades cristianas se hizo necesario escribir lo que los apóstoles enseñaban en forma oral, a fin de alimentar espiritualmente a los cada vez más numerosos fieles expandidos a lo largo del Imperio Romano.

Las principales fuentes de información sobre la vida de Jesús se encuentran en los Evangelios, escritos en la segunda mitad del siglo I para facilitar la difusión del cristianismo por todo el mundo antiguo. Las epístolas de Pablo y el Libro de los Hechos de los Apóstoles[vii] también aportan datos interesantes. No obstante, la reconstrucción histórica del periodo basada en las fuentes del Nuevo Testamento presenta una serie de dificultades: 
  • Los documentos están organizados según un criterio teológico, y no desde una perspectiva cronológica. Los evangelios están situados en primer lugar porque relatan la historia de Jesús, aunque fueron escritos entre el 70 y el 90 d.C., hasta unos 60 años después de su muerte. Hechos de los Apóstoles data también de esta época. Sin embargo, las epístolas de Pablo son anteriores y han sido situadas en la década entre el 50 y el 60 d.C., ya que fueron compuestas en el transcurso de la obra misionera de Pablo. Los demás libros, que pueden datarse entre el 90 y el 150 d.C., reflejan la situación de la Iglesia en el periodo post-apostólico.
  • Los documentos no demuestran demasiado interés en la historia como proceso cronológico, en parte porque sus autores creían en la inminencia del final de los tiempos.
  • El Nuevo Testamento no es un solo libro, sino un compendio eclesiástico, conservado con el propósito específico de emplearse para el culto, la predicación, la enseñanza y la polémica.
  • Todos los documentos fueron escritos por defensores de la fe cristiana con el objeto de proclamar e instruir en la fe; en consecuencia, aunque contienen referencias históricas, no constituyen informes históricos.
Por lo tanto, no se puede confiar en la fiabilidad histórica de los escritos del Nuevo Testamento de por sí, sino que es preciso investigarlos a fondo, que es lo que  han venido haciendo los eruditos con gran dedicación por más de dos siglos. En los últimos sesenta años, con la puesta a punto de un nuevo método, denominado método de la historia de las formas, la investigación del contenido de los evangelios ha ido adquiriendo dimensiones impresionantes, como veremos a continuación.

a) El material preevangélico: Los Evangelios Sinópticos fueron escritos cuarenta años después de la muerte de Jesús. El examen interno de los Evangelios nos da como fecha de composición de los Sinópticos el año 70 d.C. aproximadamente; y Juan hacia finales del siglo I, y el lugar de composición de los cuatro como sigue: Mateo: Palestina; Marcos: Roma; Lucas: Roma; Juan: Efeso. 
  • Mateo: discípulo de Jesús, su fuente principal es su experiencia personal, el contacto directo con él.
  • Marcos: discípulo de Pedro, transmite los hechos y dichos de Pedro con particular vivacidad y precisión, aunque también se apoya en la tradición de la iglesia primitiva.
  • Lucas: compañero de Pablo, investiga con cuidado las fuentes preexistentes a su narración, especialmente lo que se refiere a la infancia de Jesús.
  • Juan: discípulo de Jesús, elabora un evangelio muy espiritual basado en la meditación profunda de sus experiencias al lado del Maestro. 
Pero los evangelistas no escribieron su relato reconstruyendo directamente con la ayuda de su memoria y de eventuales fuentes, como se pensaba antes. La crítica literaria ha podido esclarecer ya con certeza que los evangelistas utilizaron un material preexistente. Este material está formado por multitud de pequeñas unidades (formas), de naturaleza y amplitud variada, que eran transmitidas oralmente por las iglesias de los primeros decenios. Así la Iglesia de los orígenes cumple el cometido de transmitir en la predicación y en la catequésis los hechos y dichos de Jesús. La transmisión oral era el sistema común de aquel tiempo para la difusión de la cultura y respondía a la necesidad de memorizar que tenía la gente y las escuelas. El contenido de pensamiento no se transmitía libremente ni se repetía según el sentido, sino que era esculpido en fórmulas fijas, estables e inalterables.

Según las últimas investigaciones, durante la primera mitad del Siglo I a.C., utilizando estas fuentes orales, se habrían compilado por escrito los dichos de Jesús, circulando entre las comunidades cristianas de la época. A esta fuente habrían tenido acceso los evangelistas Mateo y Lucas, incorporándola a sus propias versiones del Evangelio. Prueba de ello es el descubrimiento de la biblioteca copto-gnóstica de Nag Hammadi, en Egipto en 1945, manuscritos entre los cuales se hallaba una colección de los dichos de Jesús llamada El Evangelio Según Tomás, considerado apócrifo, pero que al compararlo con los evangelios de Mateo y Lucas, ha permitido establecer la evidencia. Burton L. Mack, en su libro El Evangelio Perdido: El Documento Q. (Ediciones Martínez Roca, 1994, Barcelona, España), expone el proceso llevado a cabo para el descubrimiento de este “Evangelio de Dichos” y lo da a conocer, junto con su interpretación particular acerca de las implicancias religiosas y sociales de tal descubrimiento.

Con todo, los estudiosos han concluido que la tradición oral y escrita cristiana no tuvo un interés historiográfico, sino kerigmático (kerigma significa proclamación): La Iglesia apostólica se pone en movimiento para anunciar su fe en el Mesías, no para lograr un archivo histórico de Jesús. Propaga la fe e invita al seguimiento. Por eso, los hechos y palabras ofrecen mayor seguridad histórica, aunque los datos cronológicos y topográficos no ofrecen gran fiabilidad.

b) Los evangelios: Si la tradición oral proporciona material para la compilación de los evangelios, es claro que las características de aquella pasarán a éstos. Y los evangelios serán, por ello, anuncio kerigmático de la fe pascual en Jesús, creído como Señor, Mesías e Hijo de Dios. Los evangelios no miran con los ojos distantes del historiador, sino con los ojos de la fe que se abrieron inesperadamente en la comunidad apostólica bajo la experiencia de la resurrección y de pentecostés.

Esta luz que los ha alcanzado es tan clara, que la reconstrucción del período prepascual corre el riesgo de ser excesivamente magnificada: los rasgos del Jesús terreno, por ejemplo. Pero es preciso reconocer honestamente que el riesgo ha sido contenido y que la luz de la pascua no ha ahogado en su claridad la vida del profeta de Nazaret, ni ha forzado o roto los límites de su existencia terrena, transformándola en una antesala de la gloria pascual. El género literario evangelio es único y típico en su equilibrada combinación de historia y de fe, de narración y de mensaje, de Jesús histórico y de Cristo kerigmático.

c) Criterios de autenticidad histórica: Existe un cierto número de ellos, de diversa fuerza probativa. Mientras que algunos no llegan más que a crear una confianza global en el conjunto del material evangélico, otros son capaces de proporcionar una verdadera certeza histórica. Cuando, aplicados varios criterios a la vez, llegan a resultados convergentes, la seguridad de encontrarse frente un dato histórico sólido se potencia proporcionalmente. 
  • Criterio del testimonio múltiple. Debe considerarse auténtico el dato que nos es atestiguado por todas las fuentes, sobre todo si éstas son literariamente independientes. Ej.: El comportamiento de Jesús con los pecadores.
  • Criterio de la diferencia (o la discontinuidad). Se puede considerar auténticamente de Jesús un dato que no puede derivarse ni del ambiente judaico ni de la comunidad primitiva. Ej.: La designación de Dios como Abbá.
  • Criterio de la coherencia (de la continuidad). Se puede considerar auténtico aquel dato que es coherente, conforma al cuadro ambiental de la época en que vivió Jesús tal como nos lo describen las fuentes profanas (geografía, arqueología, historiografía). La situación social, religiosa y política de aquel preciso período es reconstruible, con notable precisión de particulares, mediante las fuentes históricas corrientes. Es claro que si los datos evangélicos corresponden a ella, no pueden menos de ser considerados auténticos.
  • Criterios derivados:     a) Criterio de explicación necesaria. Dado que Jesús ha muerto en la cruz, algún problema tuvo que tener con las autoridades. b) El estilo de Jesús. Ya adquirido, se aplica a nuevos datos. Ej.: si tenemos 15 textos de Jesús sobre el tema del perdón y descubrimos otro sobre este tema, y vemos que tiene el mismo estilo, podemos concluir que es de Jesús.
  • Los criterios mixtos:     a) Inteligibilidad interna del relato: Ej.: En los relatos de la condena de Jesús los cuatro evangelios narran el proceso religioso y cómo, para condenarlo, los jefes lo llevan a Pilato, cambiando el proceso religioso por el político. b) Interpretación diversa, acuerdo en el fondo. Por supuesto que los Evangelios presentan variantes entre ellos, pero éstas nunca tocan la parte esencial, además que permiten una complementariedad debido a diferentes enfoques de los narradores o a situaciones distintas que dan mayor luz al mensaje de fondo.  

El arqueólogo William Ramsey que en un principio dudaba tanto de la autoría como de la fecha del Evangelio de Lucas, después de realizar una investigación exhaustiva  admitió que, “Lucas es un historiador de primer nivel… Este autor se debe considerar entre los más grandes historiadores… La historia de Lucas no tiene par en cuanto a su confiabilidad”.

Por lo tanto, después de un verdadero despliegue de erudición en el estudio del material evangélico, sin precedentes ni paralelos en otros campos, podemos llegar a una conclusión general que recibe confirmaciones cada vez más sólidas: el material recogido en los evangelios goza de la confianza global del historiador.

Pero aún queda la pregunta: ¿Qué prueba adicional a los escritos del Nuevo Testamento nos pueden atestiguar su autenticidad histórica como documentos de la Iglesia primitiva?

Sabemos que los autores de los Evangelios son Mateo, Marcos, Lucas y Juan porque existen cerca de 4.000 códices griegos y traducciones latinas, coptas y siríacas de los siglos IV al IX que atestiguan esto. Además están los testimonios de algunos escritores y de los llamados Padres de la Iglesia, que durante el siglo II pudieron informarse de los autores de los Evangelios. Entre ellos están: 
  • Talo, el historiador samaritano, quien escribió el año 52 a.C., es uno de los primeros historiadores gentiles que menciona a Cristo. Sin embargo sus escritos han desaparecido y tenemos conocimiento de ellos a través de fragmentos citados por otros escritores, como por ejemplo Julio Africano, escritor cristiano de alrededor de 221 d.C. que lo menciona: “Talo, en el tercer libro de sus historias, explica esta oscuridad como un eclipse de sol,  -sin razón alguna, según me parece’ (por supuesto que sin razón, pues un eclipse solar no tendría lugar durante el tiempo de la luna llena, y fue durante la luna llena pascual que murió Cristo)”. Por esta referencia a Talo podemos conocer que el relato del evangelio acerca de la oscuridad que cayó sobre la tierra durante la crucifixión de Jesús era un hecho bien conocido y requería de una explicación natural para aquellos no creyentes que la presenciaron.
  • Papías, obispo de Hierápolis de Frigia, quien hacia el 125 d.C. nos atestigua a través de "Juan el Presbítero", discípulo de Juan Evangelista, que Marcos era intérprete de Pedro; y que Mateo, discípulo del Señor, escribió en arameo sobre las cosas hechas y dichas por Jesús. Este testimonio lo recogió más tarde el historiador Eusebio de Cesárea.
  • Justino Mártir, alrededor del año 150 d.C., presentando su Defensa del Cristianismo ante el emperador Antonino Pío, le hizo mención del informe de Pilato, el que Justino suponía debía estar preservado en los archivos imperiales. Las palabras “horadaron mis manos y mis pies” dice él, “es una descripción de los clavos que clavaron en sus manos y en sus pies sobre la cruz; y después que fue crucificado, los que le crucificaron echaron suertes sobre sus vestiduras, y las dividieron entre ellos; y usted puede informarse de que estas cosas fueron así en las ‘Actas’ que fueron levantadas en tiempos de Poncio Pilato.” Más tarde dice; “Fácilmente usted puede convencerse de que él hizo estos milagros a través de las ‘Actas’ de Poncio Pilato.” (Apología 1:48)
  • San Ireneo (170 d.C.), obispo de Lión (Galias), discípulo de Policarpo, a su vez, discípulo de Juan el Evangelista, quien nos dice que Mateo escribe cuando Pedro y Pablo evangelizaban Roma, hacia el 50, en lengua hebrea; Marcos transmite la predicación de Pedro, hacia el 65; Lucas, colaborador de Pablo, escribe el evangelio enseñado por éste a los gentiles entre los años 67 y 70; Juan escribe en Éfeso hacia fines del siglo primero.
  • Clemente Alejandrino, hacia el 200 d.C., quien habla de los cuatro evangelios y conoce una tradición sobre ellos.
  • Orígenes (185-255 d.C.), en Egipto, nombra a los cuatro evangelistas y el orden en que escribieron.
  • Tertuliano, en Africa, afirma que los cuatro evangelistas tienen la misma autoridad (160- 223 d.C.). 

Por otro lado, el enorme número de códices y el breve período que separa la composición de los evangelios de las primeras referencias a sus autores, coloca la autenticidad evangélica en una situación privilegiada respecto a la historiografía antigua. Ejemplos: 
  • Evangelios Sinópticos, Papías: 55 años después
  • Herodoto Aristóteles: 100 años después
  • Cicerón: 800 años después
  • Tucídides Cicerón: 300 años después
  • "Comentarios" de Julio César Plutarco: 159 años después
  • "Anales" de Tácito Suetonio: 200 años después. 

Con todo lo anterior, la integridad de los Evangelios se puede considerar firmemente probada y también está en ventaja respecto a la de algunos autores de la antigüedad clásica. En efecto, los códices completos antiguos, el Vaticano y el Sinaítico (s. IV), distan del texto original sólo 300 años. Existen además otros 4.000 códices de los siglos IV y IX, sin contar descubrimientos recientes como los rollos del Mar Muerto[viii]. Por el contrario, entre la redacción de Sófocles, Esquilo, Aristófanes, Tucídides y el primer códice que existe de ellos transcurren 1.400 años.

El especialista crítico John A. T. Robinson ha admitido que, “La abundancia de manuscritos, y sobre todo, el pequeño lapso de tiempo entre los escritos y las copias existentes más tempranas, hacen de éste el texto mejor documentado de todos los escritos antiguos del mundo por lejos”. El catedrático de Derecho John Warwick Montgomery dijo, “Dudar del texto resultante de los libros del Nuevo Testamento es dejar que toda la antigüedad clásica caiga en el olvido, porque ninguno de los demás documentos de la antigüedad están tan bien documentados bibliográficamente como el Nuevo Testamento”.

Esto nos dice que de ningún texto de la antigüedad clásica estamos tan seguros de poseer una copia conforme al original como de los Evangelios.

Por último, la respuesta definitiva al problema de la historicidad de los Evangelios –y por ende de Jesús- depende de la posibilidad de demostrar que los evangelistas conocían los hechos que narran y que los refieren con fidelidad, sin alteraciones.

Pues bien, lo anterior se demuestra por la circunstancia de que los evangelistas conocían bien los hechos que escribieron, sobre todo los milagros y discursos de Jesús, tan sorprendentes e insólitos que era fácil retenerlos en la memoria. La veracidad de los evangelistas también está garantizada porque no tenían motivos para mentir y lo único que consiguieron fue la deshonra, la persecución y el martirio. Sellaron el valor y autenticidad de sus escritos con su propia sangre.

Además, escribieron cuando todavía vivían muchos testigos oculares que habían visto y oído a Jesús y que los hubieran desmentido en caso de que ellos hubieran cambiado los hechos.

El argumento de la sinceridad de los evangelistas permite algunas interesantes precisiones, como el pasaje de Arnobio en el siglo IV, poco antes de terminar las persecusiones de la iglesia, quien expone la credibilidad de los apóstoles y evangelistas en los siguientes términos: “no creéis los milagros vosotros. Pero los que los transmiten los vieron y son ciertísimos testigos. ¿Acaso vamos a pensar que los hombres de entonces eran vanos, mentirosos, estúpidos, de modo que afirmasen haber visto lo que nunca vieron y que lo que no había sucedido fueran capaces de afirmarlo con infantil desenvoltura, y esto para recibir odio y condenación pudiendo vivir tranquilos y en paz?”

“Que unos pocos y simples hombres debieran en una generación haber inventado tan poderosa y atractiva personalidad, tan elevada ética y tan inspirada visión de la fraternidad humana, sería un milagro mucho más increíble que ningún otro relatado en los evangelios. Después de dos siglos de mayor critica las líneas generales de la vida, el carácter y la enseñanza de Cristo, permanece razonablemente limpio, y constituye el más fascinante rasgo en la historia del hombre occidental." (Will Durant, Caesar and Christ, vol.3 of The Story of Civilization. New York: Simon & Schuster, 1972).
Respecto de los milagros evangélicos –moderno escollo de los desmitologizadores- dice Eusebio de Cesárea en su Demostración Evangélica: ‘Si eran mentira los milagros de Cristo, y los discípulos mintiendo se hubiesen puesto de acuerdo para narrarlos, resulta admirable ver cuán gran número de ellos guardaron su pacto hasta la muerte en cosas que suponen fingidas, y ni uno solo de ellos por el temor de lo sucedido a los demás se decidió a revelar su conspiración de falsedad.” (Tomados de Juan Manuel Igartua, Los Evangelios ante la Historia, Capìtulo II: La Garantía Histórica de los Testimonios, págs. 115 y 116. Ediciones Acervo, 1981, Barcelona, España).

Los evangelistas narraron la vida y doctrina de Jesús buscando proporcionar a los fieles materia de devoción, alimentar su piedad e inducirlos a amar a su Maestro. A diferencia del hagiógrafo[ix] ordinario que encontrándose con hombres imperfectos busca contribuir a su edificación ocultando los defectos y exagerando las cualidades, los evangelistas tratan de un hombre en el que ven al Hijo de Dios. Esta convicción hace que Jesús sea para ellos el hombre perfecto y tratan de describirlo lo más exactamente posible. Esto explica por qué no tuvieron escrúpulos en señalar en la vida de Jesús algunos episodios que eran comprometedores para la dignidad de su persona, pero ellos estaban convencidos que en la vida de Jesús todo tenía significado.

Jesús no es una figura idealizada, se le describe tal como fue, con sus debilidades, las ignominias que padeció. Su encarnación, nacimiento, pasión, resurrección y ascensión están narrados con sobriedad y fidelidad. [x]

Podemos así concluir que los evangelios serían los libros más históricos de la antigüedad, por lo que Jesús de Nazaret, de quién hablan, también.

El aspecto físico de Jesús

La imagen que seguramente todos tenemos de Jesús es aquella heredada de la época renacentista y reforzada por el cine: Un hombre alto (más o menos un metro ochenta), delgado, de rostro dulce y alargado, de rasgos suaves, nariz un tanto angulosa pero delgada, ojos grandes de color pardo claro o definitivamente azules y de mirada profunda, tez clara, cabellos rubios o trigueños, largos hasta los hombros y un tanto ondulados. ¿Pero sería realmente así? Veamos algunos antecedentes históricos al respecto:
Antonino de Piacenza, hacia el año 550, afirma haber visto en Jerusalén un retrato del Nazareno en el que aparece “de estatura media, hermoso de rostro, cabellos un poco rizados, mano elegante y afilados dedos”. Andrés de Creta (m.740) habría visto un retrato realizado por el evangelista Lucas, que además de ser médico e historiador, sería pintor, en el que aparece “cejijunto, de rostro alargado, cabeza inclinada y bien proporcionado de estatura”. Una “Carta de Léntulo”, supuesto gobernador de Jerusalén, al César Octavio Augusto, muy celebrada en el s. XIV a pesar de la poca fiabilidad que su autenticidad histórica ofrece, dice de Jesús: “Tiene el rostro venerable, de modo que quienes le miran pueden temerlo y amarlo a la vez. Sus ojos son color avellana madura, sus cabellos casi lisos hasta las orejas, con un ligero reflejo azulado y flotan sobre sus hombros. Su tez es sana, su nariz y boca sin defectos. Tiene abundante barba, del mismo tono que su pelo, no muy larga, dividida en la barbilla. Su estatura es esbelta y erguida; sus manos y sus brazos admirables”.

En las iglesias orientales se creyó a Jesús cojo, lo que originaría la tradición de representarle en la cruz con un suppedaneum (plataforma colocada para apoyar los pies del crucificado) torcido o en la posición de “curva bizantina”, más bien propia de un renco. Creencia por otro lado, compartida por los autores del Talmud, como podemos comprobar en el siguiente pasaje talmúdico probablemente referido a Jesús: “Cierto min dijo a R. Janina: “¿Sabes algo acerca de la edad de Balaán [uno de los nombres utilizados en el Talmud para referirse a Jesús]?” Contestó: “No hay nada escrito acerca de ello. Pero según se desprende de lo que está escrito, “los hombres sanguinarios y embusteros no llegarán a la mitad de sus días”, debe haber tenido treinta y tres o treinta y cuatro años”. El min dijo: “Me has respondido bien. He visto la crónica de Balaán y allí está escrito: ‘Balaán el cojo tenía treinta y tres años de edad cuando Pinjas el ladrón [Poncio Pilato] lo mató’”.

Para abundar en evidencias históricas en torno al aspecto físico de Jesús de Nazaret, podemos informar acerca de dos investigaciones paralelas que han arrojado interesantes resultados en ese sentido:

1) A principios de 2001, se dio a conocer a través de los medios informativos una reconstrucción computacional del posible rostro de Jesús, obtenida por un grupo de médicos forenses en Inglaterra después de dos años de mediciones a partir de un cráneo perteneciente a un judío de aquella época. La imagen lograda muestra a un Jesús moreno, de cara ancha y nariz gruesa.

La imagen ha causado polémica y tal vez choca con nuestros patrones, pero como opina el Doctor en Teología Arturo Bravo, profesor de la Universidad Cardenal Raúl Silva Henríquez en Chile, “más allá de lo físico, es decir, por una razón teológica, Dios, al encarnarse, debió hacerlo con el fenotipo del pueblo que escogió para ello... Haya sido así o no el rostro de Jesús, esto nos acerca históricamente a lo que pudo haber sido, con lo que no estoy diciendo necesariamente que ese sea su verdadero rostro. Esa cara podría ser la de cualquiera que tenga las características que tenían los judíos palestinos de esa época.”[xi]

2) Desde el año 2010 en adelante, los estudios computacionales que se han hecho de la imagen del hombre crucificado grabado en la polémica Sábana Santa de Turín[xii] han permitido reconstruir con mayor fidelidad el rostro y la figura de quien las investigaciones más actuales sindican como Jesús, tal como lo muestran las siguientes fotografías, además de los documentales que aportamos al pie de esta entrada.

Bravo precisa, no obstante, que el Nuevo Testamento no aporta pistas específicas y claras que permitan reconstruir fielmente su fisonomía. Por otro lado, el escritor chileno Jesús Capo, autor del exitoso libro “El Hijo del Carpintero” señala, refiriéndose a la imagen del Jesús personificado por el actor Robert Powell en la excelente versión cinematográfica del director Franco Zeffirelli, que “Jesús era judío, de raza semita. Entonces no era rubio ni tenía ojos azules. Era moreno, con un cierto tono cobrizo por el calor del desierto, igual que todos los árabes. Tenía el pelo crespo, la nariz grande y seguramente no era tan alto”. Otro detalle a considerar es que al ser nazareno usaba barba y pelo largo hasta la espalda. Según la costumbre de la época debió habérselo peinado con partidura al medio, lo mismo que su barba. Esta última debió haber sido espesa y no muy larga. Por cierto que debió haber sido delgado y haber tenido piernas fuertes, dado los muchos kilómetros que caminaba por las tierras de Palestina[xiii].

Finalmente, podríamos agregar que una de las razones plausibles para que la Biblia no diera señales claras acerca de la descripción física de Jesús, es que al ser su misión de carácter universal, cada persona creyente pudiera visualizarlo de acuerdo a sus propios patrones raciales y culturales, a fin de sentirlo cercano; es decir, debía resaltar la persona por sobre la apariencia física. Como acertadamente dice el doctor Arturo Bravo “... lo importante no es saber cómo era Jesús, sino quién era”.


Por



NOTA IMPORTANTE:

En esta entrada no he pretendido ser original respecto de la información, sino sólo de la presentación y enfoque de ella en el contexto de lo expuesto en mi libro Fenómalos – La Quinta Esencia y en este Blog, pues la vida de Jesús, su historicidad –así como la de los escritos del Nuevo Testamento-  ha sido bien investigada por expertos en el tema y por ello su trabajo ya validado constituye precisamente el respaldo que busco para fundamentar ante los lectores este importante aspecto de mi tesis, habiendo por supuesto muchas otras fuentes prestigiosas a las que el lector podrá acudir libremente -pues tal debiera ser el objetivo de dichas publicaciones-, a fin de poder cotejar o complementar la información aquí presentada. En las transcripciones de estas fuentes –muchas de ellas textuales para no afectar su valioso contenido- sólo se han cambiado algunas palabras, consideradas demasiado religiosas para el propósito de la presente entrada, por sus correspondientes sinónimos, o bien se ha alterado ligeramente el orden de presentación, ya fuera para sintetizar o para compaginar el texto con otras referencias, sin afectar por supuesto el contexto general. Se agradece desde ya la comprensión de sus autores. Por lo anterior, salvo donde se indique expresamente lo contrario, la información histórica respecto de Jesús y de los Evangelios ha sido recabada directamente de las siguientes fuentes:

a) Bibliográficas:
  • Artículos: "Mesías", “Jesucristo”, “Biblia”, de la Enciclopedia Microsoft® Encarta® 98 © 1993-1997 Microsoft Corporation. Derechos Reservados.
  • Burton L. Mack, El Evangelio Perdido: El Documento Q. Ediciones Matínez Roca, 1994, Barcelona, España.
  • Eusebio de Cesárea. Historia Eclesiástica. Editorial Nova, Buenos Aires, 1950.
  • Juan Manuel Igartua, Los Evangelios ante la Historia. Ediciones Acervo, 1981, Barcelona, España,
  • La Biblia Latinoamérica, Edición Pastoral Nueva Evangelización, (LXXXV Edición, San Pablo y Editorial Verbo Divino, Madrid, España. © B. Hurault y R. Ricciardi, 1972. Sociedad Bíblica Católica Internacional – Roma).
  • Thomas Ralber, MSc. El Cristianismo al Desnudo. Ed. I.A. Greenfield S.A. Enero 2001. 
b) Sitios web:



NOTAS AL PIE



[i] Cristiano. Palabra usada por primera vez en Antioquia para designar a los seguidores de Jesucristo (Hechos cap.11, vers. 26; y cap. 26, vers. 28; 1ª Pedro cap. 4, vers.16), a los que tambièn se les llamaba nazarenos (Hechos cap. 24, vers. 5), hermanos (Hechos cap. 9, vers.17), discípulos (Hechos cap. 9, vers. 36) y fieles (Hechos cap.10, vers. 45). (Diccionario de la Biblia Versión Reina-Valera 1995, Edición de Estudio, pág.44).

[ii] Iglesia (Del griego ekklesia). Palabra que, en el uso común, significaba “asamblea” o “reunión”, celebrada previa convocatoria o llamado. En Atenas la ekklesia era la asamblea de los ciudadanos. Pablo usa con frecuencia esta denominación para referirse tanto a la congregación local de creyentes cristianos como a la comunidad cristiana universal. En el Nuevo Testamento nunca se llama “iglesia” al edificio en que los cristianos se reúnen (Diccionario de la Biblia Versión Reina-Valera 1995, Edición de Estudio, pág. 54).

[iii] Evangelio. (Del griego “eu-anggelion”). Significa “buena nueva”. La buena noticia del cumplimiento de la promesa que Dios había hecho por medio de los profetas Esta buena noticia tiene que ver con Jesús, el Mesías. (Marcos cap.1 vers. 14-15 ; Mateo cap. 11, vers. 2-5 ; Lucas cap. 4, vers.16-21). (Diccionario de la Biblia Versión Reina-Valera 1995, Edición de Estudio, pág. 49).

[iv] José Ben Matías (37 al 100 d.C.). Fue protegido de los emperadores romanos Flavio, Vespaciano y sus hijos Tito y Domiciano. De ahí el que halla adoptado el nombre de Flavio Josefo. Escribió dos grandes obras: La Guerra Judía en el año 70 d.C. y Antigüedades de los Judíos entre el 93 y el 94 d.C., documentos que contienen algunos pasajes donde se menciona a Jesús.

[v] En 1971, Salomón Pines, profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, después de descubrir la cita del famoso párrafo sobre Jesús (pero sin los retoques sospechosos) en un manuscrito de un cronista árabe del siglo XI, muestra la autenticidad flaviana del texto, reconociendo la existencia de algunos retoques que le dan sentido cristiano. El texto auténtico quedaría así: “En aquel tiempo apareció un tal Jesús, hombre sabio, si es que puede llamársele hombre: era efectivamente autor de obras prodigiosas, el maestro de los hombres que reciben la verdad con alegría, e indujo a muchos entre los judíos y también entre los griegos (a ser sus discípulos). Se pensaba que fuera el Mesías; pero no lo era, a juicio de nuestros jefes. Por todo esto, Pilato lo crucificó y lo hizo morir. Los discípulos que antes lo habían amado no cesaron de proclamar que se les había aparecido al tercer día de la muerte nuevamente vivo. Los profetas divinos atestiguaron y predijeron estas cosas y miles de otras maravillas de él. Hasta ahora, el grupo de los cristianos, así llamados por su causa, no ha desaparecido todavía.”
 Según esta reconstrucción, el texto de Flavio Josefo afirma no que Jesús era el Mesías, sino que algunos lo consideraban así; y la convicción de que hubiera resucitado es atribuida a los discípulos de Jesús. No presenta, además, dificultad la proposición hipotética “si es que puede llamársele hombre”, ya que el mundo helenista grecorromano, al que Josefo intenta imitar en sus escritos, ve en los magos y en los taumaturgos seres divinos. Éste es, pues, el testimonio más antiguo no cristiano sobre Cristo. Éste es, pues, el testimonio más antiguo no cristiano sobre Cristo. (Fuente: Búsqueda del Jesús de la Historia)
[vi] Estos hechos fueron narrados por Flavio Josefo para indicar que Ananías el Joven, Sumo Sacerdote, fue destituído porque había ordenado una ejecución ilegal, es decir sin el consentimiento del Procurador Romano, aprovechando que todavía no llegaba a Palestina el sucesor (Albino) del procurador recientemente fallecido (Facio), ocasión en que aprovechó para deshacerse de algunos de sus enemigos.
 Respecto de Jacobo (o Santiago) el hermano de Jesús, en noviembre del año 2002, la Biblical Archeology Review, revista especializada en arqueología bíblica, dio a conocer el descubrimiento del supuesto osario de un tal Jacobo, encontrado en Jerusalén y que dataría del año 63 d.C.
Se trata de una urna de piedra caliza, de 50 cm de largo por 27,5 cm de ancho, en la cual, en uno de sus costados, se lee la siguiente inscripción en arameo: “Ya’akov bar Yosef akhui di Yeshua” (Jacobo, hijo de José, hermano de Jesús)”, que podría corresponder al osario que contenía los restos del Jacobo mencionado por Flavio Josefo.
 Se ha desatado toda una polémica respecto a la  autenticidad de dicha inscripción, no así de la urna de la cual se ha logrado demostrar su antigüedad. Hay eruditos argumentos tanto a favor como en contra de la inscripción, por lo que aún no se puede decir la última palabra. Por una parte la Dirección de Antigüedades de Israel anunció que no era auténtica, y por otra expertos reunidos en Atlanta en noviembre de 2003 sostuvieron su autenticidad. También la Biblical Archeology Review en su edición de Enero-Febrero de 2004, volvió a publicar un artículo a favor de la autenticidad de esta reliquia.
 Si se logra demostrar tal autenticidad, aparte de respaldar contundentemente la existencia histórica de Jesús desatará al menos otra polémica, esta vez de carácter doctrinal: Que María haya tenido más hijos con posterioridad a Jesús -contraviniendo el dogma católico romano y ortodoxo de su permanente virginidad-, aunque tal afirmación pudiera ser rebatible por el hecho de que entre los judíos de aquella época era común denominar “hermanos” también a los parientes, a los correligionarios y también a los compatriotas, y porque José era viudo y posiblemente tuviera hijos de su matrimonio anterior.

[vii] Apóstol (= enviado). La palabra designa en general a una persona comisionada y enviada con algún encargo, especialmente religioso. Equivale a “mensajero”. Se aplica sobre todo a los doce discípulos escogidos por Jesús para ser sus más íntimos compañeros y colaboradores  (Marcos Cap. 3, vers. 13-19). (Diccionario de la Biblia Versión Reina-Valera 1995, Edición de Estudio, pág.38).

[viii] Los rollos del Mar Muerto. Descubiertos los primeros en el interior de una cueva en 1947, por un joven pastor beduino llamado Mohammed Ab-Dib, cuando buscaba unas cabras perdidas entre los riscos de la zona de Khirbet Qumrân, Palestina, en la costa oriental del Mar Muerto, a unos 12 km al sur de Jericó, en un acantilado que bordea este mar salado, desde Hadjar-Al-Asba. Ésta y varias otras cuevas descubiertas después, contenían valiosos pergaminos escritos en hebreo antiguo guardados en vasijas de barro en forma de tinajas. Los pergaminos se encontraban envueltos en tiras de lino y cubiertos a su vez por una capa impermeable hecha de una material semejante a la cera o al alquitrán. Esta zona es una terraza calcárea y desértica, recorrida por grupos de beduinos con sus cabras, y se encuentra a 394 m bajo el nivel del mar. El calor es sofocante y terriblemente seco, lo que permitió preservar durante dos mil años los valiosos manuscritos.
 Los rollos contenían textos de todos los libros del Antiguo Testamento, con excepción del Libro de Ester. En total se hallaron fragmentos de 332 obras diferentes y se piensa que aún existen otros por descubrir. El doctor W. F. Albright, investigador de la Universidad John Hopkins, considerado un erudito y uno de los principales arqueólogos en asuntos bíblicos y una gran autoridad en el papiro Nash (pequeño fragmento que contiene los Diez Mandamientos y el Shema del libro del Deuteronomio Cap.6 -que es el discurso de Moisés al recibir la Ley-, y que se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Cambridge), confirmó la importancia del hallazgo y en una carta fechada en marzo de 1948, señalaba: “... es el descubrimiento más importante hecho en los tiempos modernos. No dudo en absoluto de que la escritura es bastante anterior a la del papiro Nash...”.

 Estos valiosos documentos, que anticipaban en varios cientos de años antes de Cristo la existencia de textos hebreos originales, habrían sido confeccionados por la enigmática secta de los Esenios, una comunidad de gentes piadosas, apartadas de las influencias perniciosas del mundo y del resto de las comunidades, que al margen de concepciones religiosas muy positivas y distintas de las concebidas de su época, habrían poseido conocimientos superiores. Al saberse en inminente peligro (como de hecho ocurrió con la destrucción de su monasterio por los romanos en el año 68 d.C. durante el segundo año de la primera revuelta judía), habrían escondidos sus documentos más sagrados con la esperanza de preservarlos de la destrucción. Se conoce bastante acerca de esta secta, gracias a tres escritores del siglo I d.C.: Plinio el Joven, Flavio Josefo y Filón.

 Desde un principio, sus escritos, su doctrina y sus costumbres recordaron de una manera básica otros principios establecidos por el cristianismo. Se dice que a esta secta habría pertenecido Juan el Bautista.
 Algunos investigadores ven también en el periodo de su estancia en el desierto, una demostración clara de la pertenencia de Jesús a la comunidad de los esenios. Incluso es extraordinario el paralelo que existe entre Jesús y el “Maestro de Justicia” mencionado en el "Comentario de Habacuc”, uno de los textos esenios encontrados en Qumrân: Ambos predican la penitencia, la pobreza, la humildad, el amor al prójimo y la castidad. Igualmente, los dos eran el “Elegido”, el “Mesías”, también los dos fueron perseguidos y hostilizados por los sacerdotes (fariseos en un caso y saduceos en el otro), fueron condenados y muertos. Los dos prescribieron la Ley de Moisés y la perfeccionaron con sus revelaciones. Los dos enjuiciaron a Jerusalén, la cual cayó en poder de los romanos. Los dos fundaron una iglesia cuyos seguidores creían en su glorioso retorno. Las coincidencias entre esenios y cristianos son acumulativas y difícil de diferenciar las influencias de los unos en los otros. La sucesión parece lógica en cuanto que poseen conceptos religiosos muy semejantes. Por la evidencia de los manuscritos, las excavaciones arquelógicas y los comentarios de los historiadores del pasado, se puede plantear un esquema sucesorio que se define del siguiente modo: La comunidad esenia y el movimiento renovador que inspiraron se mantuvo al margen de los planteamientos religiosos de Jerusalén, resistieron contra la influencia de griegos y romanos, inspirando al cristianismo, al menos en cuanto a crear una base, un caldo de cultivo entre los judíos de aquella época, propicio para la creación del cristianismo y su difusión. (Artículo extractado de la monografía los Manuscritos del Mar Muerto: El misterio de los Esenios, de la colección Grandes Enigmas, publicada en fascículos y dirigida por el Dr. Fernando Jiménez del Oso. No fue posible establecer la editorial ni el año de la publicación, ya que el fascículo -encontrado en una venta de libros usados- no trae información al respecto).

[ix] Hagiografía: Género literario religioso que trata de la vida de los santos (Diccionario Santillana del Español).

[x] En esta entrada no entraremos en cuestiones tales como pretender polemizar con quienes, alternativamente, postulan con muy convincentes argumentos –que incluso han estado dando lugar en el último tiempo a la producción de exitosos libros- que Jesús no murió realmente en la cruz, sino que sobrevivió a ella y posteriormente vivió y murió en Cachemira, o bien que tuvo un hijo con María Magdalena y que ella se trasladó a la Península Ibérica donde vivieron sus descendientes, los cuales constituirían el Santo Grial que protegían los Caballeros Templarios con tanto celo a través de los siglos. Ello, porque tal posibilidad histórica, aparte de quedar absolutamente fuera del contexto bíblico-histórico que hemos venido desplegando y atentar contra la base fundamental de la fe cristiana (lo que, en el contexto de nuestra exposición, ya es sospechoso), que es que Jesús murió en la cruz en exacto cumplimiento de las profecías bíblicas, para pagar por nuestra culpabilidad ante la Ley Moral Universal, que nuestro arrepentimiento y la fe en su sacrificio nos limpia ante ella, y que con su resurrección nos aseguró la recuperación de la perdida inmortalidad cuando regrese por segunda vez, tales postulados tampoco responden al propósito de nuestra tesis, pues no logran explicar y justificar en contexto la manifestación de Jesús dentro del devenir de la historia humana, incluyendo todos sus misterios.
 Obviamente dichos autores han podido llegar a tales conclusiones a través de datos históricos fidedignos e investigaciones muy concienzudas  -dando fe a que están procediendo con integridad y sinceridad de propósito en la interpretación de tal información-. Pero a mi juicio no se han tomado debidamente en cuenta a todos los actores en juego en esos escenarios, humanos y no humanos, pasados y presentes, interesados -como hemos estado analizando a lo largo de todas las entradas publicadas- en manipular la Historia y confundir de alguna manera a la opinión pública frente al hecho más trascendental para la Humanidad por sus implicancias actuales y futuras.
 Al respecto, es un deber poner al tanto al lector que los documentos históricos que fundamentan los postulados acerca de que Jesús no murió realmente en la cruz, de su descendencia a través de María Magdalena, de su estrecha relación con los Esenios y con el Tibet, se derivan de las creencias de los gnósticos, una corriente del cristianismo primitivo fuertemente influida por las filosofías de Egipto, Grecia, y Babilonia, todas las cuales a su vez habían bebido de algún modo de las filosofías provenientes del Oriente, especialmente de la India y el Tibet, después de las conquistas de Alejandro Magno.
  El nombre gnóstico deriva de la palabra griega Gnosis cuyo significado es conocimiento. Por lo que dicho término no tiene por qué tener un sentido peyorativo si se interpreta como gnóstico a todo aquél que adquiere un conocimiento especial y vive en función de él. Ya los llamados Padres de la Iglesia, Clemente de Alejandría y San Ireneo, hablan de la gnosis como el conocimiento de Jesucristo obtenido por la fe. En palabras de San Ireneo: “la verdadera gnosis es la doctrina de los Apóstoles” (AdvHaer IV 33). En este sentido religioso, toda persona, cualquiera de nosotros, habiendo bebido del Evangelio y transformado interiormente por la fe en Jesucristo, nace de nuevo en el espíritu, logrando con ello vivenciar una realidad que está por encima del sistema social en el cual se ve inserto, alcanzando por lo tanto la Gnosis o conocimiento divino revelado a su espíritu por Dios, y que le permite vivir en el mundo (o sistema) sin ser influenciado por él. Por lo mismo, el Evangelio de San Juan, por su espiritualidad manifiesta, podría considerarse perfectamente un evangelio gnóstico.

 Sin embargo, el mismo San Ireneo le otorgó un sentido peyorativo cuando combatía a la secta de gnósticos valentinianos, pues veía su origen en la herejía de Simón el Mago (Hechos, cap. 8 vers. 9-24) cuyos seguidores se propagaron por Alejandría, Asia Menor y Roma, y que dieron lugar a tal cantidad de sectas (simonianos, nicolaítas, ofitas, naasenos, setianos, peratas, basilidianos, carpocratianos, valentinianos, marcosianos) y maestros (Simón, Cerinto, Basílides, Carpócrates, Cerdón, Valentín, Tolomeo, Teodoto, Heracleón, Bardesanes, etc.), que fueron agrupados por él y también por otros Padres que los combatieron (especialmente San Hipótilo de Roma y San Epifanio de Salamina), bajo el término peyorativo de gnósticos. No obstante, los alrededor de cuarenta manuscritos gnósticos descubiertos en el Alto Egipto en 1945 (Biblioteca de Nag Hammadi) vienen a corroborar – aparte de su realidad histórica- que cada una tenía su propia orientación doctrinal.
 Los que mayor influencia ejercieron fueron los gnósticos valentinianos quienes, a pesar de tener las mismas Escrituras que la Iglesia oficial las interpretaban en un sentido muy diferente: A grandes rasgos por ejemplo, consideraban que el Dios verdadero no era el Creador del Antiguo Testamento, distinguían diversos Cristos entre los seres del mundo celeste (eones), postulaban que la salvación se logra a través del conocimiento de uno mismo -como una chispa divina encerrada en la materia-, al cual nos despertaba la redención de Cristo, que Jesús no había muerto en la cruz y que había dejado descendencia. 

De estas corrientes filosófico-religiosas eran seguidores muchos sabios del Renacimiento, en especial el gran Leonardo Da Vinci, quien por lo mismo habría plasmado en sus obras de arte tales creencias, aunque de manera codificada, como un desafío velado a una Iglesia que había monopolizado el cristianismo y cuyo dominio religioso-político en la Europa de entonces era total.

 Sin embargo, es útil y recomendable tener en cuenta lo que ya expusimos en la entrada “Annunaki;//Identificando Anomalía/ParteII” respecto del origen y propósito de las filosofías provenientes del Oriente o bajo su influencia, las que como vimos evidencian un accionar oculto de parte de entidades no humanas que tendrían por objetivo socavar el Plan de Contingencia para el rescate de la Humanidad. Los gnósticos primitivos y actuales, al estar influenciados por ellas podrían, sin darse cuenta, estar cumpliendo tal propósito, por lo que debemos ser cautelosos e investigar en contexto sus postulados antes de decidir acerca de la validez de tal gnosis. Por lo tanto, sin más polémica, en esta entrada sólo nos limitaremos a dar nuestra versión y dejaremos que el lector saque por comparación sus propias conclusiones, sin perjuicio que abordaré exhaustivamente el tema en una entrada posterior.

[xi] Extractado de un artículo publicado en el Diario La Segunda, página 11, edición del 4 de abril de 2001, Santiago de Chile, a propósito de la imagen digital de Jesús obtenida por los forenses británicos.

[xii] La Sábana Santa o Síndone (del griego: sábana, pieza de tela que puede ser usada como lienzo fúnebre).
 La Sábana Santa de Turín es un fenómalo relevante, cuyos documentados pormenores dan para escribir varios libros. De ser auténtica, como lo indican las últimas investigaciones, en ella tendríamos uno de los mayores pruebas arqueológicas para demostrar, entre otras cosas, la existencia histórica de Jesús, la verdad de su crucifixión y resurrección en el Calvario, además de claras indicaciones de su aspecto físico.
 “Se conserva, como es sabido, en Turín en una capilla cuidadosamente custodiada, una larga sábana o síndone  de unos cuatro metros de longitud y uno de anchura que muestra una misteriosa imagen doble de un hombre de frente y de espaldas, desnudo como cadáver, con las manos cruzadas por delante. Una tradición histórica, que documentalmente puede subir hasta el siglo XII solamente (es bien sabido que ha sido frecuente que las reliquias se conservasen antiguamente sin documentos acreditativos adjuntos, por bastar la tradición misma para ello), asegura que tal imagen doble, opuestas ambas por el vértice de la cabeza con una separación de alguna amplitud, es la imagen del cadáver amortajado en la sábana de Jesús de Nazaret, el Crucificado.” (Juan Manuel Igartua, Los Evangelios ante la Historia, Capìtulo II: La Garantía Histórica de los Testimonios, pág. 125,. Ediciones Acervo, 1981, Barcelona, España).
 Las múltiples pruebas históricas, arqueológicas, botánicas, ópticas y análisis científicos en general utilizando la más moderna tecnología, han venido demostrando cada vez con mayor contundencia que la síndone o sábana que se expone en la Iglesia de Turín, Italia, sería la pieza auténtica en la que fue envuelto el cuerpo de Jesús y que la imagen en ella grabada lo estaría producto de quemaduras instantáneas en la tela, producidas por radiación.
 Para que el lector pueda informarse debidamente al respecto, le recomendamos por su seriedad y documentación tanto lo expuesto por Juan Manuel Igartua (ibid. La Sábana Santa, págs. 124 a 136), los documentales al pie de esta entrada, y el libro del jesuita Jorge Loring “La Sábana Santa, dos mil años después” (Editorial Planeta) a quién pertenece el poético comentario: “La Sábana Santa, en su humildad de viejo lienzo olvidado, lleva claramente la firma del Hombre-Dios”.

[xiii] Extractado de un artículo publicado en el Diario La Tercera, página 14, edición del 15 de abril de 2001, Santiago de Chile, referente también a dicha imagen digital.

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2 comentarios:

Rortiz dijo...

Escelente, muy bueno

Rortiz dijo...

Además Ds. no tiene nombre y tiene muchos todos los que quieran darle, ej.: Energía, Naturaleza, Luz del Mundo, Creador, Padre, Hijo, Espiritu, etc.
Además en Israel hace bastante tiempo que hay judios que reconocen a Jesus como el Hijo,y se denominan Judios Mesianicos.
Atte. Ricardo Ortiz