sábado, 11 de mayo de 2019

GETSEMANÍ






 "He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo"
(Juan 1:29)





Seguramente pocos saben que la muerte del Mesías por la Humanidad no es un invento del Cristianismo, sino un patrimonio del pueblo judío desde sus inicios como pueblo escogido de Dios, y profusamente registrado en su Historia Sagrada. El trascendental suceso ocurrido a Jesús, el Ungido de Dios, conmemorado cada año en Semana Santa por el mundo cristiano, había sido anunciado de antemano en el Antiguo Testamento, las Escrituras del pueblo judío.

En efecto, partiendo por el Libro del Génesis en la acción simbólica de Dios Padre al cubrir a Adán y a Eva con pieles luego de su rebelión (cuando tomaron conciencia de su desnudez, sacrificándose con ello a un inocente para cubrir a los culpables); luego con el acto de Abraham de dar en sacrificio a Dios a su hijo primogénito Isaac (que Dios detuvo a tiempo cuando vio que Abraham estaba dispuesto a entregar a su hijo en un acto de amor mayúsculo); institucionalizado después en el sistema ritual de sacrificios y ofrendas detallado en la Torá por Moisés, que prefiguraba evidentemente la misión expiatoria del Mesías; y, sobre todo, en dos importantes pasajes de los libros proféticos: el Libro de Daniel, capítulo 9, en la profecía de las 70 semanas de años, en la que se indica explícitamente el tiempo en el que el Mesías sería "cortado" (muerto) "poniendo fin al sacrificio y la ofrenda", y en el Libro de Isaías, capítulo 53, que menciona proféticamente los padecimientos del Mesías por nosotros.

Las Escrituras abundan en detalles acerca de su sacrificio por la Humanidad: vendido por treinta monedas (Zacarías11:12); flagelado y escupido en el rostro (Isaías 50:6); taladradas las manos y el costado (Salmo 21:17-18); le darán hiel como bebida (Salmo 68:22); burlado (Salmo 21:8-9); sortearán sus vestidos (Salmo 21:19); su muerte (Daniel,capítulo 9); lo crucificarán (Zacarías 12:10); su cuerpo no estará sujeto a la corrupción (Salmo 15:9-11); tendrá un sepulcro glorioso (Isaías 53:9).

El sacrificio mesiánico por toda la Humanidad no lo podría haber hecho un ser creado al no tener en sí mismo la eternidad que abarcaba tal transgresión. Lo corrobora el evangelista: “En el principio era el Verbo, el Verbo estaba con Dios y el Verbo era Dios. Este estaba en el principio con Dios.” (Juan 1: 1-2). Este hecho vendría también a aclarar la necesidad de que el Hombre fuera hecho “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1: 26-27), ya que el mismo Creador se encarnaría como representante de esta raza, para vencer al adversario en su propio terreno sin más armas espirituales y morales que la que el mismo Hombre disponía para ello: El amor a Dios y al prójimo, la oración, la fe, y la Palabra Inspirada.

Jesús el Mesías:

Para este propósito Jesús, el Mesías, nació no como erróneamente lo esperaba su pueblo, en Gloria y Majestad para liberarlo del yugo romano, sino en condición humilde para cumplir la más importante y peligrosa misión que alguna vez haya sido encomendada a un héroe voluntario: Uno de los Creadores Originales, Rey del Universo, mediante un elaborado y avanzadísimo proceso de inseminación artificial, sin perder su naturaleza original, iba a ser engendrado como ser humano e implantado en la matriz de una joven virgen judía, de la cual nacería en un mundo caído, en un territorio dominado por un cruel monarca judío (Herodes El Grande) y sometido al yugo del poderoso Imperio Romano bajo el cetro de Augusto César.

“Tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado” (Hebreos 4:14-15 )

Viviría en medio de la tentación al mal con el consiguiente riesgo de caer y también degradarse, y vivir en tal estado de pureza que pudiera ser plenamente apto para ofrecerse a sí mismo como el Cordero Expiatorio de la transgresión de la Humanidad a la inmutable Ley Moral del Universo, abriendo así el único camino posible para el rescate de la raza caída, a la vez que su vida ejemplar pudiera proporcionar la fuerza moral y espiritual necesaria a los seres humanos que creyeran en Él, permitiéndole encabezar una nueva humanidad que demostraría con su vida y ejemplo la vigencia de la Ley Moral, el poder de sus altos principios y la necesidad de poner término definitivo a la rebelión de los ángeles caídos y de su líder.

Por ello aquél Ser, que dijo venir de lo Alto, tenía sumamente claro el propósito de su misión: no tan sólo debía aclarar las verdades enlodadas por las tradiciones humanas, no tan sólo debía revelar el verdadero carácter del Padre, no tan sólo debía enseñarnos cómo debíamos vivir,... sino que además, y principalmente, debía morir para saldar nuestra deuda con la Ley Moral y abrirnos el camino hacia la inmortalidad, dando su vida inmaculada como precio por el rescate. Una misión que implicaba sacrificio supremo y liberación plena, por y para la Humanidad.

Ello quedó demostrado en todos sus detalles, con su perfecto cumplimiento de la simbología de la fiesta que conmemoraba la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto y el paso a través del Mar Rojo hacia la Tierra Prometida, la Pascua Judía, muriendo el mismo día en que se matan los corderos para dar comienzo a la celebración de dicho ritual.

En efecto, Jesús celebra la Última Cena la víspera de la Pascua, la noche del 14 de Nisan, bendiciendo y partiendo el pan ante sus discípulos diciéndoles “Tomen y coman; esto es mi cuerpo” y la copa con el vino diciendo “Beban todos de ella: esto es mi sangre, la sangre de la Alianza, que es derramada por muchos, para el perdón de sus pecados” (Mateo 26: 27-28), enseñándoles que cumplía en sí mismo la antigua ley hebrea en lo referente al cordero pascual que los judíos sacrifican y comen la noche del 15 de Nisan. Luego muere, inocente, sacrificado en la cruz romana el 15 de Nisan y resucita al amanecer del tercer día de la fiesta, que ese año fue el 17 de Nisan, liberando con su sacrificio a la Humanidad de la esclavitud del pecado (salida de Egipto del pueblo de Dios) y abriéndole el paso hacia la vida eterna con su resurrección (apertura del Mar Rojo hacia la Tierra Prometida).

Lo corrobora el apóstol Pablo: “La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la participación en la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la participación en el cuerpo de Cristo?” (1° Corintios 10:16).

La trascendental decisión de Getsemaní:

Con esta certeza bíblica e histórica, intentemos acercarnos al verdadero significado de aquel crucial momento del ministerio de Jesús entre los hombres, meditando en la siguiente inspirada y acertada descripción del Getsemaní:


“La humanidad del Hijo de Dios temblaba en esa hora de prueba. El momento terrible de decidir el destino del mundo había llegado. La suerte de la humanidad estaba en la balanza... aún ahora, podía rehusar beber la copa destinada al hombre culpable. El podía limpiar el sudor sanguinolento de su frente y dejar que el hombre pereciera en su iniquidad. Podía decir: que el transgresor reciba la penalidad de su pecado, y yo iré de vuelta a mi Padre, ¿Sufrirá el inocente las consecuencias de la maldición del pecado, para salvar al culpable? ‘Padre mío, si no puede pasar de mí esta copa sin que yo la beba, hágase tu voluntad’. Tres veces rehuyó el Señor el último y supremo sacrificio. Pero ahora él ve que la raza humana está sin esperanza. Ve el poder del pecado. Llegan los ayes de un mundo condenado ante él, contempla su suerte inminente, y su decisión está hecha. El salvará al hombre a cualquier costo para sí mismo. El ha dejado los atrios del cielo para salvar al único mundo que había caído por la trasgresión, y no rehusará cumplir con esta misión.” (Ellen G. White. “Él es la salida”, capítulo 74, página 333. Asociación Casa Editora Sudamericana. Reimpresión 1992 .Condensación de la obra “El Deseado de Todas las Gentes”, de la misma autora).

Quién haya visto el film del afamado actor y director Mel Gibson, La Pasión de Cristo, estrenado en marzo de 2004 en todo el mundo, habrá podido apreciar en toda su crudeza –al menos en lo que a sufrimiento físico se refiere- el inmenso dolor que le significó a Jesús el beber de aquella copa.

Súmesele a ello la sensación de sentirse separado del Padre al cargar con la penalidad de la transgresión de todos los seres humanos, colgado del madero como un criminal. Añádasele el hecho de haber sido ejecutado por los mismos seres que había venido a rescatar con su sangre, y tendremos el cuadro completo de su inmenso sacrificio por el Hombre.

"Y como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado, para que todo aquél que en Él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna" dijo el Maestro (Juan 3:14-15), refiriéndose al suceso cuando los israelitas estaban muriendo en masa en el desierto mordidos por serpientes venenosas, por haberse quejado amargamente, una vez más, en contra de Dios y de Moisés (Números 21:4-9).

Para salvarlos de las mordidas venenosas Dios instruyó a Moisés y le dijo: "Hazte una serpiente ardiente, y ponla sobre una asta; y cualquiera que fuere mordido y mirare a ella, vivirá. Y Moisés hizo una serpiente de bronce, y la puso sobre una asta; y cuando alguna serpiente mordía a alguno, miraba a la serpiente de bronce, y vivía" (v. 8,9).

Las serpientes venenosas en el suelo representaban la transgresión, el pecado, que destruía a las personas, y la de bronce en alto representaba al Mesías que cargaría con la culpa de los transgresores a condición de que la mirasen... y creyesen. Jesús era, por lo tanto, la "serpiente de bronce" de Dios que fue levantada de la tierra en la cruz para atraer a todos a Sí mismo,... librándolos de la destrucción eterna que espera a los rebeldes.

Por ello, Él sabía de antemano que su misión principal al venir a la Tierra era MORIR por la Humanidad, y de la peor manera de aquella época, la crucifixión romana. En el Getsemaní, llegando a sudar sangre, sintió en toda su magnitud lo que le esperaba,... y casi flaquea. Pero finalmente, después de una intensa lucha interior, se sobrepuso y pudo decir a su Padre: "que se haga tu voluntad y no la mía".

“...Varón de dolores” –lo describió el profeta Isaías 700 años antes- experimentado en sufrimiento; y como que escondimos de él el rostro, fue menospreciado y no lo estimamos. Ciertamente llevó él nuestras enfermedades y sufrió nuestros dolores, ¡Pero nosotros le tuvimos por azotado, como herido y afligido por Dios! Mas él fue herido por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados. Por darnos la paz, cayó sobre él el castigo, y por sus llagas fuimos nosotros curados.” (Isaías 53:3-5)


"He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo" escribió el discípulo que Él amaba. (Juan 1:29)




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